La Ciudad

Su geografía la protagoniza el río Guadalquivir, que a su vez es la fuente que atrajo a los primeros humanos en los más tempranos tiempos.

Sevilla es el aroma del naranjo, el azul del cielo, el fervor de la Semana Santa, la alegría de la Feria y de sus fiestas, la ilusión de la cabalgata de Reyes, los bares, la noche, la conversación amable, el río, el comercio, las calles, los barrios y sus comarcas: la Vega, el Aljarafe, las Marismas, la Campiña, la Sierra Sur, la Sierra Norte y Estepa.

Su historia nos remonta en el siglo VIII A.C. al mítico reino de Tartesos, citado en la Biblia, que desarrolló una extraordinaria civilización. Sus naves alcanzaron las Islas Británicas en su búsqueda de estaño o el oeste africano. El comercio floreció con griegos y fenicios que fundaron prósperas factorías, los cuales mantuvieron sus contactos e influencias con la cultura turdetana que prosperó a partir del siglo V. La batalla de Ilipa en el 206 A.C. supuso el triunfo de Roma sobre Cartago y su presencia durante siete siglos impregnó profundamente la personalidad sevillana.

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Barrio de Santa Cruz

Era en los actuales barrios de San Bartolomé y Santa Cruz donde se asentaba la judería, la segunda más importante del reino tras Toledo. Unas murallas la aislaban del resto de la ciudad. Los judíos constituían una comunidad rica y poderosa que, sin embargo, desapareció con el asalto a la judería en 1391. Contaba con tres sinagogas que se convirtieron en templos cristianos, la de San Bartolomé, la de Santa María la Blanca y la de Santa Cruz. En el siglo XVI se transformó el entramado urbano con la fundación de conventos, iglesias, corrales de vecinos y palacios. En el XX, el barrio de Santa Cruz se convirtió en el enclave turístico por excelencia mientras que el barrio de San Bartolomé mantuvo un carácter popular con sus calles estrechas y sinuosas de origen islámico.

Triana

El popular barrio de Triana, la otra orilla del Guadalquivir, tiene personalidad propia frente a la margen sevillana. Históricamente abierta al río, Rodrigo de Triana fue el primero en divisar el Nuevo Mundo, y junto al convento de los Remedios desembarcó Juan Sebastián Elcano de la primera vuelta al mundo en 1519. Patria de primorosos alfareros, en el siglo III, Santa Justa y Rufina fueron las trianeras que ofrecieron su vida en martirio para ser las primeras santas sevillanas. Triana tópica, donde conviven gitanos y payos, de corrales de vecinos, de velás de agosto, del toreo de Belmonte, encuentra en la iglesia de Santa Ana su “Catedral” adonde miran las bellas advocaciones del barrio, la Esperanza, la Estrella, la O, el Cachorro.

La Macarena

Los barrios del norte del casco histórico, limitados por la muralla y por la calle Feria, se configuran como un complejo viario con una red irregular de calles de raíces islámicas. En ellas se mezclan corrales de vecinos, viviendas humildes y unifamiliares, con parroquias mudéjares sucesoras de mezquitas como San Marcos, Santa Marina o San Gil, conventos como el del Socorro, Santa Isabel o Santa Paula o palacios como el del Pumarejo, los Marqueses de Algaba o el de las Dueñas. Son calles que han vivido insurrecciones populares como la del Pendón Verde en 1521 o la del Motín de la calle Feria en 1652 y que constituyeron la llamada Sevilla la Roja a principios del XX y que hoy mantienen un sabor añejo y popular. Son las calles por donde ríe y llora cada madrugada del Viernes Santo la hermosura de la Esperanza Macarena.

La Palmera

Entre 1827 y 1830, durante el mandato del asistente Arjona, Melchor Cano trazó, frente a San Telmo, los jardines del Cristina seguido del paseo de las Delicias, lo que inició la transformación urbana del sur de la ciudad que culminó con la Exposición Iberoamericana de 1929. En 1911 se acordó la prolongación del paseo de las Delicias a través del paseo de la Palmera con proyecto de Juan Talavera. Se creó un gran eje que prolongaba la ciudad hacia el sur y donde se asentó la alta sociedad local alzando espléndidos edificios, a modo de aristocrática ciudad jardín, como la Casa Sundhein (1916) o la de Casa de los Luca de Tena (1926). A través de estos paseos se recorren los parques públicos más bellos de Sevilla, como el de María Luisa, y los distintos pabellones de la mencionada Exposición Iberoamérica de 1929.

Los barrios de San Vicente y San Lorenzo se incorporaron a la ciudad con la ampliación de la muralla en el siglo XII pero no se urbanizaron hasta pasada la Reconquista. Por ello, su trazado urbano contrasta con el del resto de los barrios del casco histórico con calles rectas y manzanas rectangulares trazadas a cordel donde se edificaron numerosos palacios como el del Infante Don Fadrique o conventos como Santa Clara y San Clemente. En uno de sus vértices se encuentra la Alameda de Hércules, urbanizada en 1574 por el Conde de Barajas y que presiden dos columnas romanas sobre las que se alzan las estatuas de Julio César y Hércules. En la plaza de San Lorenzo se encuentra la basílica que alberga a la célebre y venerada imagen del Gran Poder, obra de Juan de Mesa del siglo XVII.

Tartésicos, fenicios, cartagineses, romanos, visigodos y árabes son las generaciones de hombres que son las raíces de Sevilla, de Isbiliya, de Híspalis, la ciudad que nació de este río providencial hace ya 3000 años. Los romanos lo llamaron Betis, sin embargo su nombre proviene del árabe, al wadi al Kabir (el río Grande). Son 657 km los que recorre en su travesía desde la Sierra de Cazorla.

En sus inicios, el río discurre por angostas sierras hasta alcanzar la depresión Bética, donde riega un extenso y fértil valle. Al llegar a Sevilla, el río se hace navegable. Al final de su curso, el río atraviesa las marismas del Coto de Doñana para desembocar en Sanlúcar de Barrameda. A partir de 1492 se hizo un río universal con la colonización de América. Sevilla adquirió el monopolio del tráfico con el Nuevo Mundo y, así, desde su puerto partió Colón en su tercer viaje y la expedición con la que Elcano dio la primera vuelta al mundo. Pero el Guadalquivir no fue sólo signo de prosperidad, también de fatalidad: las periódicas crecidas del río inundaron sucesivamente la ciudad. Hoy, ya amansado, a sus orillas se siguen asomando las dos caras de la ciudad: la de Sevilla y la de Triana.

La crisis internacional del 29, agravada en Sevilla por la deuda derivada de la Exposición Iberoamericana, precipitó la caída del estilo regionalista, necesitado de una costosa mano de obra especializada, y la aparición del movimiento moderno. Gabriel Lupiáñez fue precursor del racionalismo en Sevilla con su Mercado de la Puerta de la Carne y su Cuartel de Eritaña en 1929. A su vez, el discípulo de Le Corbusier, Josep Lluis Sert, construyó la Casa Duclós en 1930 en el barrio de Nervión. Podemos citar también la Casa Candau de Antonio Delgado Roig y Juan Talavera (1935) o Rodríguez Jurado 6 (1936) de José Galnares. En la calle Imagen, tras el ensanche que se realizó en los años cincuenta, se levantaron edificios de estilo internacional que constituyeron un pequeño oasis en el panorama de la época.

En los años sesenta, se levantaron barriadas con la intención de dar cabida a la población creciente. El resultado fue un paisaje repetitivo de altos bloques, aunque también hubo aciertos brillantes como la barriada de los Diez Mandamientos (1958-1964) de Luis Recasens.

La Exposición de 1992 fue el acicate para la transformación de la ciudad: la creación de las nuevas rondas de circunvalación, la estación de Santa Justa de Antonio Cruz Villalón y Antonio Ortiz, destino del Tren de Alta Velocidad (AVE), el nuevo Aeropuerto de Rafael Moneo o los seis nuevos puentes sobre el Guadalquivir. La Exposición legó excelentes obras entre las que destacan el Pabellón de la Navegación de Vázquez Consuegra, el Pabellón de España de Cano Lasso o el Pabellón de Finlandia de Sanaksenaho. El Seminario Diocesano, obra de José Antonio Carbajal de 1997, fue el broche de la arquitectura sevillana del siglo XX. En 2009, diseñado por el arquitecto Richard Rogers, premio Pritzker de arquitectura, se inauguró el Centro Tecnológico Palmas Altas.

Espacio Metropol Parasol

La nueva Plaza de la Encarnación de Sevilla se convierte en un enclave de generación de gran variedad de alternativas y de atracción turística con el nuevo símbolo de la Sevilla del siglo XXI: el Espacio Metropol Parasol. Se trata de una estructura de madera micro-laminada con un recubrimiento de poliuretano impermeable (150 m. longitud, 70 m. anchura y 30 m. altura) compuesta de cuatro niveles entrelazados de forma continua entre sí y unos parasoles fúngicos como elemento dominante. Nos encontramos ante un espacio, moderno y magníficamente ubicado en pleno centro de la ciudad, un nuevo referente para la celebración de eventos en Sevilla.

El Museo de Bellas Artes, considerado la segunda pinacoteca de España tras el Prado, es lugar insustituible para conocer la Escuela Sevillana de Pintura del XVII. El convento de la Merced fue la mejor obra de Juan de Oviedo, quien transformó el antiguo convento medieval de estilo mudéjar, entre 1602 y 1612, siguiendo los esquemas manieristas.

Desde 1942, el Museo Arqueológico de Sevilla, alberga una de las mejores colecciones arqueológicas de España. En la colección destaca el tesoro del Carambolo.